domingo, febrero 12, 2006

CRÍTICAS

 Líneas convergentes de Rafael Calvo en la galería de Luz y Oficios
Por Jorge Rivas

Huellas, o más bien metáforas de cubanía, devienen las creaciones artísticas que Rafael Calvo (Nueva Gerona, 1970), exhibe en esta edición de la Bienal de La Habana en uno de los salones principales de la Galería de Luz y Oficios, en la que el observador disfruta de un magistral ejercicio de entretejido de líneas de diferentes calibres, a través de las cuales trasciende un discurso plástico que impacta por su diversidad de texturas y efectos contrastantes.

Tras incursionar en el vasto universo de la abstracción, intrépido y atrevido, Calvo irrumpe esta vez en un tema trillado: la cultura afro-cubana, la que revierte -amén de un minucioso estudio del que se manifiestan talento, paciencia e imaginación- en novedosa iconografía de signos y figuraciones que definen un crucial momento en la evolución de un estilo “aventurista” y enigmático que en estos trabajos transita desde el trazo libre hasta la síntesis de la línea geométrica, desde el dibujo hasta la pintura, y desde lo concreto hasta lo esencial.

Basado en los estudios folcloristas y etnológicos que este artista realizó en su natal Isla de la Juventud, investigaciones de las que se valió de las experiencias testimoniales de algunos jóvenes africanos que en la década de los años 80 cursaron estudios en ese territorio, surgen las narraciones de estas obras recreadas en un fenómeno cultural de intensa fecundidad en la formación y desarrollo de nuestra cubanía.

Calvo devela, con desenfadada libertad creadora, las técnicas rítmicas del primitivismo africano. Tanto en sus tintas sobre cartulina como en sus medianos y grandes formatos de carboncillo sobre lienzo, logra toda una reducción sintética del naturalismo afrocaribeño, cuyos mitos se debaten entre su naturaleza figurativa y una evidente tendencia abstraccionista.

Las indagaciones del artista adquieren forma mediante la convergencia de líneas continuas, flexibles, en ocasiones derivadas en pequeñas retículas curvas y círculos. Iconografías de algunas de las deidades africanas, el monte espeso y místico con su profusa vegetación, el simbolismo de la negritud, la liturgia africana y el sincretismo derivado del encuentro y fusión de dos culturas, se sintetizan en líneas directrices, manchas y estructuras que conforman un lenguaje alusivo y autónomo.

Una característica muy peculiar prevalece en toda esta serie de trabajos presentados por Calvo en esta Bienal de La Habana. Si bien el título de la exposición puede sugerir, además de la técnica empleada en la elaboración de los cuadros, la convergencia de culturas diferentes, el sincretismo entre las religiones católicas, heredada de España, y la yoruba, de África, hay una cuidadosa revelación de ese fenómeno que trasciende a nuestros días. En estas recreaciones estéticas se preserva una premisa subrayada por Don Fernando Ortiz: los negros traídos como esclavos a América jamás fueron debidamente cristianizados, por lo que el sincretismo no pasó de ser una simple traducción de los nombres de los seres o deidades de cada una de esas religiones.

Al observar detenidamente y penetrar en cada una de estas obras se experimentan las más disímiles sensaciones. Además de la poética que irradian, hay un ritmo que estremece y exalta. Del interior de cada pieza emana una vibración que recuerda el secreto mágico de los tambores de cueros atirantados que hacían sonar los negros yorubas o lucumíes en los tiránicos campos del Caribe mientras cantaban y danzaban en desesperadas plegarias de libertad y añoranza.

Cada obra de Calvo constituye un ejemplo de implacable dominio de una técnica que ejercita a la perfección. Sus trazos monocromos, generalmente negros (tinta o carboncillo), se extienden sobre superficies ligeramente trabajadas con otros pigmentos (amarillos, grises, azules y ocres sobrios y cálidos) que subrayan esa ¿ingenuidad? mística que arremete contra los presupuestos de determinados valores falsos atribuidos al arte folclorista de la contemporaneidad. Sin embargo, su creación reflexiva y expresionista se inserta dentro del arte de vanguardia, en el que ha ganado un espacio de reconocimiento, porque deviene personalísimo repertorio de formas con infinidad de variaciones, surgido de la vida misma.
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Del trazo a la imagenPor Virginia Alberdi
La Habana, octubre del 2003.


Como resultado del tránsito por la abstracción, las obras de Rafael Calvo mantienen la variedad sígnica, que le permite abordar la multiplicidad de las líneas, la integración de trazos que articulan un entramado de elementos, ora familiares, ora totalmente desconocidos, pero afines entre sí, ya sean portadores de la novedad o de una reiteración apriorística.

En algunas de sus obras afloran fragmentos de un mundo en que convergen elementos del legado de la cultura africana entre nosotros, misteriosos, y a la vez entrañables códigos de peculiar armonía. No es gratuita, ni folklorista esa presencia: es la saga de una acuciosa investigación precedente, que dio cuerpo a su mirada atenta sobre las marcas tribales en el rostro de jóvenes africanos, que durante los años comprendidos de en la década de los ochenta cursaron estudios en las escuelas de su natal Isla de la Juventud, circunstancia esta que le permitió asomarse a una otredad llena de interrogantes persistentes. La validez del empeño artístico reside en la asimilación subterránea de aquellas vivencias, amalgamadas en la visión que Calvo tiene de la piel como naturaleza estética de significado propio.

Las figuras se desvanecen en trazos lineales, un procedimiento no exento de carácter lúdico en el que se aprecia una rítmica espontánea en la composición, que llega a fascinar al espectador, hasta atraparlo. El ritual de este encuentro se desenvuelve progresivamente tras la línea, en persecución hipnótica que no abandona hasta llegar a la perfecta adopción de la imagen, o a la apropiación del espíritu que le ha impuesto a este capricho creador.

En algunas de estas obras, formas particulares y símbolos se repiten con insistencia, para al final conformar esa atmósfera de elementos compositivos orgánicamente dispuestos, que constituyen la imagen íntegra, una cohesión que se acepta como parte de este mundo vuelto hacia si mismo, aunque abierto –tal es la dialéctica del creador.

En ocasiones laberíntica, pero siempre poderosa y vital, se nos presenta la revelación poética. Son fragmentos de sueños que afloran en medio de la vigilia, que inquietan sin angustiar.
Como en ocasiones anteriores con el color, ahora los trazos negros sobre grises y ocres evidencian la destreza del artista, su fuerza creativa y un peculiar afán de austeridad. Tanto en el trabajo con el carboncillo como en las plumillas, se impone el rigor –nunca el desperdicio- del artista.

A fin de cuentas, Calvo se inserta en una propuesta plástica que despeja los enigmas de la representatividad matérica, concebida esta vez de una manera diferente, mucho más viva y actual en comparación con las referencias tópicas que alguna vez fueron tenidas como cotas de aprobación en nuestro medio.

Calvo dinamita la percepción simbólica, en el plausible afán de resaltar el signo, la sugerencia, la posibilidad por encima de los lugares comunes y las superficies hechas.

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Aprendiz de africanoPor Francisco García González

A veces uno descubre que transita por un camino que no ha elegido. Es el camino quien tira. Tengo frente a mí un eleguá tricéfalo, una imagen de poder sobrecogedora. Junto al poderoso tronco yacen bocetos de estilizadas criaturas desnudas que aguardan por las manos del aprendiz. Pero el aprendiz, ¿de brujo?, ¿de qué?, habla del precio del carboncillo, el mismo que gasta en un tenebroso paisaje que se teje detrás de un rostro o máscara, africana a matarse. Los planos van sugiriendo una posibilidad de perspectiva a toda costa, a pesar de la ambigüedad entre la figuración y cierto abstraccionismo decorativo. Asistir al acto de creación es algo muy curioso, el intruso fisgonea en ese instante místico y de pronto repara que todos los oficios llegan a ser tediosos, da lo mismo el de Creador que el de aprendiz…

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Todo comenzó gracias al internacionalismo, proletario, le dicen. La ínsula enclavada al sur de nuestra plataforma occidental, en 1976, a propuesta de un paladín del nacionalismo africano, cambió su nombre de Pinos por el de la Juventud. Así fue como la Isla de la Juventud se llenó de estudiantes de aquellas tierras. El mundo había cambiado en algo: los negros que antes eran traídos a estas tierras como esclavos, ahora venían a cursar estudios, para luego regresar a sus países, pero el mismo viaje al fin y al cabo. Y los viajes significan dar de cara a una otredad en que las costumbres originales subsisten o se asimilan a otras o bien desaparecen. Las de los jóvenes se mantuvieron intactas de alguna manera..
Quizás fue en alguna de las calles de Nueva Gerona que el aprendiz de artes plásticas Rafael Calvo reparó en que aquellos jóvenes, que paseaban por el poblado, exhibían en sus rostros y peinados marcas distintivas, dueñas seguramente de arcanos y mensajes antiguos, lejanos.

La mente de un artista se inflama fácilmente. En la del aprendiz, los negritos que venían del más jodido de los lugares posibles evocaron la idea de un mundo fantástico, ajeno, tan distante como cuando el océano era surcado por galeones atestados de esclavos vendidos por sus propios hermanos. Ese lugar era África, no el África del paladín nacionalista ni de la OSPAAAL, sino algo más cerca e instintivo a la visión de negritud, la tierra donde un rostro atravesado por una cicatriz tenía un significado en que vibraba un misterioso sentido ancestral. Era una buena idea para provenir de un aprendiz de grabador y no de un antropólogo.

Las marcas y los peinados comenzaron a rondar el pensamiento estético del aprendiz. ¿Qué cosa es África? Lo que fuera debió ser muy importante para él. Finalmente, después de intensos cabildeos los negros se dejaron fotografiar, violando talvez las disposiciones de sus tribus. El aprendiz supo entonces que las marcas y los peinados hablaban del lugar que sus dueños ocupaban en la escala social de sus aldeas y lugares adyacentes. Esa fue su tesis de grado…

Los dueños de las marcas regresaron a sus predios, o a sus viejas metrópolis, y la obra del aprendiz ha pasado por distintas inquisiciones, pero siempre regresa al punto de partida: ¿qué cosa es África? Una idea que formalmente sigue cobrando expresión en un denso mundo de entramados que originan un juego figurativo o no, en el que las mismas claves y arcanos comunican la idea de un viaje. El viaje a las raíces, contrario al de los negros esclavos, o estudiantes, a Occidente.

¿Qué cosa es África? ¿Trenzas de negra, surcos de príncipes, hojas de palmas? ¿Paisajes desde lo alto, el que sugiere que el único estado posible de salvación es tomar altura necesaria? ¿La mirada ingenua de quien recrea eleguás, resguardos y demás accesorios de la huella primordial en nosotros? ¿La oscuridad de un mundo misterioso donde linda el inconsciente? Es un asunto de cuidarse, al aprendiz no le interesan los negros de acá.¿Qué cosa es África? ¿Un lugar, ¿común?, ¿de eterno retorno? Si así lo fuera no estaría mal del todo. Regresar a veces no es aconsejable, pero en todo caso siempre da seguridad o es inevitable… y eso el aprendiz lo sabe.

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Rafael Calvo, líneas y ritualesPor: Virginia Alberdi
 Cuando se hable en estos tiempos y entre nosotros de dominio del dibujo y sobriedad expresiva, no se podrá obviar a Rafael Calvo (Nueva Gerona, 1970), como estoy segura de que no lo han apartado los que hayan visto su actual exposición Líneas convergentes, que se exhibe en la Galería de Luz y Oficios, en La Habana Vieja.

Como resultado del tránsito por la abstracción, las obras de Calvo mantienen una variedad sígnica que le permite abordar la multiplicidad de líneas, la integración de trazos que articulan un entramado de elementos que se nos hacen familiares a veces y otras enigmáticos, pero siempre afines en su definición plástica.

En algunas de esas obras afloran experiencias que provienen de la peculiar imaginería de origen africano. La vivencia, en todo caso, fue directa, puesto que en la Isla de la Juventud el artista observó marcas rituales llevadas en la piel por estudiantes de ese continente a los que Cuba abrió generosamente sus aulas en aquel territorio insular.

Pero las figuras se desvanecen en trazos lineales, un procedimiento no exento de carácter lúdicro en el que se aprecia una rítmica espontánea en la composición que llega a fascinar al espectador.
Al contemplar la serie en su conjunto, es posible advertir formas particulares y símbolos que se repiten con insistencia. En ello Calvo ha puesto su señal de identidad.

Como en ocasiones anteriores hizo con el color, ahora los trazos negros sibre grises y ocres evidencian la destreza del artista, su fuerza creativa y una admirable austeridad. Tanto en el trabajo al carboncillo como en las plumillas, se impone el rigor, nunca el desperdicio del talento.

Ya se hace ostensible un estilo Calvo. Y ello es ganancia neta para el artista y el arte cubano que se alegra de saber cómo Calvo dinamita ciertas formas de percepción simbólica en el plausible afán de resaltar el signo, la sugerencia y las nuevas posibilidades de expresión por encima de los lugares comunes.
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LA IMAGINACIÓN SEGUN CALVO
Por Dr. Rolando Rodríguez García
Premio Nacional de Ciencias Sociales 2010
9 de mayo de 2003
Como todo creador cuando es auténtico, estamos ante un artista de las artes visuales (no puedo ceñirlo al término pintor) en búsqueda permanente de expresar, de objetivar, sus mundos. De ahí las transiciones sorprendentes, singulares, que se producen en su aventura espiritual.

Basta echarle una ojeada a las fechas de las obras de Rafael Calvo en varios catálogos para comprobar los fructuosos tanteos, las abiertas transnmutaciones, en que sin dejar de ser uno y el mismo, no vacila en expresar de forma diversa, sobresaliente, la imagen: a veces abstracta, geométrica, a veces semifigurativa, y en ocasiones amalgamantes de trazos e imágenes de uno y otro sesgo. Con todo lo que hace nos obsequia la vista. Mas, no basta. También se muestra flexible en el color, porque si en ocasiones ha llenado de luz su obra, en otras las envuelve en unas profundas y misteriosas sombras, que nos hacen recordar felizmente a Milián.

Ductilidad, fluidez, son sinónimo de que el pintor no está dispuesto a dejarse dominar por la monotonía, ni por los aprecios de quienes quieren una obra fácil y dulzona, ni por apremio alguno. Mas por igual la marcan la reflexión y una conceptualización intensa de la imagen que va desarrollando, la de alguien que anda ojiabierto para encontrar en su entorno la magia que se esconde y elude a los profanos.

Mostró temprano esa disposición y me percaté, impresionado, de la solvente imaginación del artista, cuando conocí que había trabajado la fotografía en su natal y hermosa Isla de la Juventud, con la idea de dejar grabada la huella de los jóvenes africanos que un día la invadieron en busca del pan del saber que Cuba generosamente les ofrecía. Compuso su obra, África en una isla cubana, con las marcas tribales de sus rostros.

En momentos de crueles escaseses, Calvo produjo obras sin dudas admirables. En este sentido me ha llamado la atención lo que se diría de él cuando los recursos faltaban. En la Isla de la Juventud presentó una exposición en medio del período especial, y se decía con toda razón de "Hecho en Cuba", que sus 28 carboncillos mostraban de forma sugerente y sugestiva su quehacer y recreaba de forma experimental y osada personajes "no por fantasiosos menos reales".

Esto me hizo recordar otros momentos de crisis económica, que no lo fueron menos, décadas atrás, cuando nuestro gran maestro, Raúl Martínez, me aseguró: "Ser genio cuando se tiene tinta de la mejor calidad y la mejor cartulina para hacer un cartel, no vale. El problema es ser genio cuando tienes la peor tinta del mundo y el peor papel".

Prensa para imprimir grabados, barro o lienzo, no son medios lejanos, ignorados, para la hora en que Calvo en su magisterio plástico nos entrega una obra repleta de armonía y vitalidad.
Mas, a veces no se qué admirar más en el artista, si su obra o el hecho de ser hijo de los valores de generosidad, de desinterés, inculcados por la Revolución.

Cuando se conocen las obras que ha entregado a alguna casa de abuelos, a la Central de Trabajadores de Cuba, a la Asociación de Economistas, a dependencias de la aduana de la República, a la administración del Poder Popular, o su trabajo en la creación de un mural de cerámica en Pinar del Río, nos damos cuenta de que la mercantilización que ha tentado a otros, no ha tocado las virtudes, el amor por el arte, de este joven. Tal me parecería que en el caso de los pineros se ha establecido una emulación de bondad, de ternura, o que en aquella región cubana, defendida con uñas y dientes para que los ladrones del norte no la arrebataran a la soberanía cubana, la belleza de la virtud parece ser conmovedoramente silvestre.

Sobre esto soy testigo de excepción. Tengan en cuenta que ahora Calvo ha donado a la Fundación Cultural y Científica Iberoamericana José Martí, de España, ojo, Armando Hart y quien les habla son sus vicepresidentes, su obra sobre Martí, expuesta recientemente en el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, que será parte del premio anual que entregará próximamente aquella institución y que en esta ocasión se le ha otorgado a la doctora Concepción Campa, directora del Instituto Finlay y descubridora de la vacuna antimeningocóccica. Sépase que anteriormente obras sobre Martí de los artistas cubanos, Santos Serpa y Vicente R. Bonachea, le han sido entregados respectivamente a Mario Benedetti y Rigoberta Menchú. Puedo por todo lo dicho afirmar, que los numerosos méritos acumulados por la obra de este artista, en los certámenes en que ha participado para nada han resultado gratuitos. Han sido obtenidos a pulso, a golpe de imaginación y tarea galana.

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